Y
llegó el día en el que los antiguos tuvieron que partir. Seres
sabios que habían ayudado, con sus conocimientos y técnicas, a
crecer a los seres vivos. Mitad seres humanos y mitad animales,
entregaron el fuego a sus hijos para que continuaran su labor. Y así
fue, con la marcha de estos, los creadores, llegó el tiempo en el
que los hijos de los antiguos pasaron a proteger y guiar al mundo.
Los
hijos no comprendieron la obra y, al poco, se corrompieron y
degeneraron la obra de sus padres. Y enfrentaron siervo contra siervo
e hicieron brotar soles por todo el mundo. Estos soles los cegaron y
durante largo tiempo la oscuridad se cernió sobre todo lo que
contuviese vida. Lo vivo moría y lo muerto jamás nacería nada.
Entonces, el mundo habló y quisieron algunos ancianos que los hijos
perecieran permitiendo que los océanos se tragaran a todos. Hijos y
siervos sucumbieron y con sabiduría y conocimientos heredados.
Y
a los pocos siervos a los que se les permitió la vida, se les grabó
a fuego el mensaje de esperanza, dado a sus hijos anteriormente y que
dieron los antiguos antes de partir. Y así fue transmitido de
generación en generación.
“Sólo
cuando el sol camine sobre las agua volveremos”
Sumidos
en la más absoluta oscuridad vivieron un tiempo largo. Y se
extendieron por el mundo multiplicándose. Y paso tanto tiempo que
los vecinos dejaron de verse y de hablar la misma lengua. Y el cielo
trajo frío y se llevó la lluvia, y pronto muchos siervos murieron.
Los siervos interpretaron que los dioses les habían abandonado y
para apaciguar a los cielos fueron ofrecidos sacrificios. Pero cada
vez se alejaba más el agua y el frío avanzaba inexorablemente.
Recordaron el mensaje dado e interpretándolo a la desesperada,
comenzaron a ofrecerles sacrificios mediante cremación. Entendieron
que todo pertenecía a los ancianos y que todo debía ser devuelto a
ellos.
Y
comenzaron a venerar al humo. El humo era el alma de los seres y
cosas que viajaba para reunirse con los ancianos y en ese momento, en
el que el humo se elevaba, se alzaban las plegarias para que sirviera
de mensajero. Quemaban a sus difuntos en embarcaciones que surcaban
las aguas, así cumplían el mensaje dado: “el sol sobre el agua”.
Y
pasaron a alternarse ciclos de sequía con otros de fuertes
inundaciones. Y la humanidad comprendió que los cielos no estaban
apaciguados. ¡No iban suficientes almas a la casa de los ancianos!
En ese momento decidieron que todo debía ser enviado. Cuando el humo
se elevaba alzaban con más fervor aún sus plegarias para que el
difunto llevara el mensaje. Escribían mensajes que arrojaban al
fuego, pero los ancianos se mantenían mudos y demoraban su llegada.
Los
siervos enloquecieron por no comprender que no regresaran y pasaron a
quemar casas, pueblos y ciudades y a sus vecinos, a sus hermanos, a
los bosques del mundo. El incendio se extendió por generaciones
hasta que los mismos siervos olvidaron a sus ancestros, el motivo de
esos fuegos de los que huían y hasta el sentido del ayer y el
mañana. El ambiente estaba enrarecido por el humo.
Ya
no sabían porqué estaban apenados, era una sensación, un
sentimiento heredado por generaciones que les obligaba a vagar
penando por la faz de la tierra. Apenados por la situación, algunos
antiguos se compadecieron de los siervos. Éstos, les concedieron las
estaciones del año, el apaciguamiento de vientos y mareas y
dividieron el mundo en tres y a cada uno les concedió grano según
su tierra. Y les concedió conocimiento para comer frutos y así
tuvieron arroz, trigo o maíz entre otros. Y les brindaron la fuente
de la sabiduría y los frutos del conocimiento con los que
despertaron, dejando de ser siervos. Y se convirtieron en mujeres y
hombres. Se les cayó el velo y a aquel hombre y a aquella mujer se
les reveló el misterio. Y sintieron vergüenza por su naturaleza y
sus actos jurando honrase y honrar a todo lo que les rodeaba.
Pero
no todos comieron y bebieron en la misma cantidad y aunque iguales en
su naturaleza, se vieron diferentes. La envidia y el rencor se
apoderó de los menos capaces y usaron la violencia contra sus
iguales, a los que marcaron y trataron como a bestias.
Estos
menos capaces, llenos de temor, crearon dioses a su imagen y
semejanza y vieron que eso era bueno. Y así, sus dioses dieron
sentido a todo su alrededor creando el cielo y el infierno, el sol y
las estrellas a los que mirar y vio que era bueno. Ese hombre llamó
a su mujer y la reprimió y concedió que estuviera por debajo de él
y vio que eso era bueno. Más tarde llamó a su hermano, lo capturó
y le puso un yugo y lo devolvió a su condición de siervo y vio que
eso le era bueno. A partir de entonces los menos capaces decían
hablar por boca de sus dioses. Esa humanidad de mujeres y hombres
olvidó pronto los misterios y la vida organizada según su
naturaleza. El hombre corrompido acabó con sus iguales y marcados
por la culpa, fueron convertidos en súbditos y esclavos. Y así
pasaron siglos de guerras entre hermanos.
Y
el Sol comenzó a caminar sobre el agua. Y los antiguos regresaron
pero no fueron vistos. El ser humano ya sólo miraba a los cielos, el
sol y las estrellas que ellos mismos habían creado con sus dioses
manofacturados. El mensaje sobre su regreso había sido olvidado,
maquillado, solapado, sincretizado y finalmente perseguido cualquier
atisbo de su razón verdadera, por aquellos predicadores de aquella
nueva religión.
Desde
lo más pequeño a lo más grande había sido explicado por los
apocados por bocas de sus dioses. Cualquier crítica era castigada
con la crueldad. La humanidad vivía al son de tambores de guerra,
latigazos, hambre y sufrimiento.
Ante
tal situación los ancianos se reunieron con aquellos pocos que
regresaron por un tiempo para darles dones. Comprendieron la
naturaleza del ser y como corrompieron los regalos ofrecidos por
ellos. Decidieron hacer brotar frutos de conocimiento en puntos
concretos y dispersos, querían evitar repetir la historia pasada. A
los humanos que recibieron ese don se les cayó el velo y se
plantearon todo lo que les rodeaba. Fueron enseñando con discreción
de boca en boca, evitando la persecución y el recelo de los
apocados.
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